Érase una vez un niño, alto y con una sonrisa siempre en el rostro, que vivía maravillado por las historias de su abuelo. No tenía idea de la importancia de lo que ese hombre, viejo y querendón, tenía para el mundo de las artes, solo que le había enseñado dos cosas poco comunes: El misterio de los insectos y la fascinación por las armas..........
........................Cada vez que iba a su casa en México para pasar la Navidad aquel hombre le mostraba su colección de 20 rifles y 10 pistolas que colgaba en las paredes de su estudio y lo mejor era cuando tenía que elegir una para hacer tiro al blanco en el jardín de atrás.
Ese pequeño era Daniel y aquel hombre Luis Buñuel, el legendario director de cine creador de verdaderas obras maestras como “Los olvidados” y “Ese oscuro objeto del deseo”.
Su relación duró poco, apenas ocho años, hasta que el cineasta murió en 1983, pero ha sido siempre un personaje cercano por el que todos preguntan cuando lo conocen y saben de su origen.
Su propio destino
A él no le molesta ser visto como el “nieto de Buñuel”, pero ya hace muchos años que decidió formar su propio destino, lejos del cine, pero no necesariamente lejos de la cámara.
Al terminar sus estudios en un liceo de París, Diego decidió que quería ser periodista pero que no podía serlo en Francia, en donde su apellido pesada y demasiado por lo que decidió mudarse a EEUU.
En Chicago se matriculó en la Universidad Northwestern y trabajó como becario y reportero en varios diarios estadounidenses como el Chicago Tribune y el Miami Herald.
A pesar de que todo iba bien algo faltaba en la vida de Diego, así que decidió seguir sus instintos y regresó a Francia en el 2000 para cumplir con su servicio militar.
La vida en el cuartel no le disgustaba –quizá porque estaba en contacto con esas armas que tanto le gustan– pero sí le chocó que lo escogieran para elaborar una revista de prensa que era más un trabajo burocrático, de escritorio, así que pidió su cambio.
El cambio lo llevó a Sarajevo, en donde se quedó enganchado con las situaciones conflictivas. Él asegura que siempre tuvo una fascinación con la guerra, especialmente con la Segunda Guerra Mundial, y que desde muy joven escuchaba atento las cenas a intelectuales y periodistas que sus padres –también directores y documentalistas– organizan en su casa.
“Escuchar a gente del The New York Times y del The Washington Post hablar de sus experiencias en
Romper estereotipos
Bajo el auspicio de National Geographic, Diego muestra al mundo realidades en las que la violencia, la corrupción, el narcotráfico, la muerte son la cotidianidad de cada día.
No quiere mostrar miserias, ni mucho menos cebarse en el dolor ajeno o la muerte. Para eso están los demás periodistas. Él solo busca contar historias, romper los estereotipos de aquellos países considerados ‘parias’ por la comunidad internacional.
“Hay muchas personas que sufren, pero también es cierto que hay gente que está luchando para cambiar la realidad y el mundo en el que vivimos”, dijo en una entrevista.
Ha sido esa filosofía de vida y de trabajo la que lo ha llevado a descubrir a gays introduciéndose en la lucha libre en un país tan machista como México, mujeres pakistaníes trabajando en fábricas que elaboran objetos sadomasoquistas para Occidente, o jóvenes metaleros en un Irak invadido por las tropas norteamericanas.
Su trabajo no es nada fácil. Él asegura que prepara sus viajes con mucha antelación y que lo principal es tener varios contactos que le permitan sobrevivir en un ambiente hostil.
En Somalia, por ejemplo, tuvo que contratar a una treintena de guardaespaldas por el temor a ser secuestrado por los integristas islámicos que rechazan la presencia de los medios occidentales.
También está la vez en que en el Congo lo interceptaron unos niños-soldados, completamente drogados, con kaláshnikovs, que amenazaron con matarlo. Si no hubiera sido por la ayuda de una patrulla francesa él sería historia.
Diego Buñuel asegura que no teme a la muerte, pero tampoco la está tentando y que, pese a que algunos ya lo consideran una estrella al igual que su abuelo, él solo quiere seguir contando historias al mismo estilo de un trovador.
“No soy un notario que certifica de una manera fría los grandes hechos. No. Soy un trovador. Y no hay profesión más bonita en el mundo que la de contar historias”, asegura Diego que ha llevado el apellido Buñuel a un nuevos senderos, para alegría del cineasta y de su público.
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