Esto supuso un cambio de rumbo tan exitoso que Cuba
logró obtener la mejor producción alimentaria de toda Latinoamérica y el Caribe
en el periodo siguiente, con un destacable crecimiento anual del 4,2 por ciento
de 1996 a 2005, un espacio de tiempo en el que la media regional fue del 0 por
ciento.2
Una gran parte del crecimiento de la producción fue
debida a la adopción desde principios de los 90 de un rango de políticas de
descentralización agraria que fortalecieron formas de producción, tanto
individuales como cooperativas, las Unidades Básicas de Producción Cooperativa
(UBPC) y las Cooperativas de Crédito y Servicios (CCS). Más aún, recientemente
el Ministerio de Agricultura anunció el desmantelamiento de todas las
“compañías estatales ineficientes”, así como medidas de apoyo para crear 2.600
pequeñas granjas/huertos urbanos y suburbanos, y la distribución de los
derechos de uso (en usufructo) de la mayoría de los 3 millones de hectáreas de
tierras estatales que permanecen sin uso. Bajo esta regulación, las decisiones
sobre el uso de los recursos y las estrategias de producción alimentaria y
comercialización se desarrollarán a nivel municipal, mientras que el gobierno
central y las compañías estatales apoyarán a los granjeros mediante la
distribución de los materiales y servicios necesarios.3
A mediados de los 90, unas 78.000 granjas fueron
entregadas en usufructo a individuos y entidades legales. Más de 100.000
granjas han sido distribuidas hasta ahora, cubriendo más de un millón de
hectáreas en total. Estos nuevos granjeros se asocian con el CCS, siguiendo el
modelo de producción campesino. El gobierno está intentando acelerar el proceso
de evaluar un número sin precedentes de solicitudes de tierra.4
El programa de redistribución de tierras se ha
visto apoyado por sólidos sistemas de investigación y extensión, que han tenido
un papel clave en la expansión de la agricultura urbana y orgánica, la masiva
producción artesanal y el desarrollo de recursos biológicos para la gestión de
suelo y plagas. La apertura de mercados locales de productos agrícolas y la
existencia de sólidas organizaciones de apoyo a los granjeros —por ejemplo la
Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), la Asociación Cubana de
Producción Animal (ACPA) y la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y
Forestales, (ACTAF)- también contribuyeron a este fin.
Pero quizás los cambios más importantes que
llevaron a la recuperación de la soberanía alimentaria de Cuba ocurrieron en el
sector campesino en 2006, que controlando solo el 25% de las tierras de cultivo
produjo más del 65% de los alimentos del país.5 La mayoría de los campesinos
pertenecen a la ANAP y casi todos forman parte de cooperativas. La producción
de vegetales habitualmente cultivados por campesinos cayó drásticamente entre 1988
y 1994, pero en 2007 se elevó hasta los niveles de 1988 (ver Tabla 1). Este
incremento de la producción se dio a pesar de usar un 72% menos de componentes
químicos en 2007 respecto a 1988. Pautas similares se pueden ver en otros
cultivos campesinos como judías, raíces y tubérculos.
Los logros de Cuba en agricultura urbana son
realmente destacables —hay unas 383.000 granjas urbanas, cubriendo 50.000
hectáreas de tierra que de otro modo estaría sin uso, y produciendo más de un
millón y medio de toneladas de vegetales, con las principales granjas urbanas
alcanzando cotas de 20kg/m2 por año de material vegetal aprovechable sin usar
productos químicos sintéticos— suponiendo cifras de cien toneladas por
hectárea. Las granjas urbanas proveen el 70% o más de todos los productos
frescos vegetales que se consumen en ciudades como Habana o Villa Clara.
Por todo el mundo, y especialmente en
Latinoamérica, los niveles de producción agroecológica y los esfuerzos
asociados en investigación, junto con los innovadores esquemas de organización
campesina han sido observados con gran interés. Ningún otro país en el mundo ha
alcanzado este nivel de éxito con una forma de agricultura que emplea los
servicios ecológicos de la biodiversidad y reduce la distancia de transporte de
los alimentos, el gasto energético y acerca de manera efectiva la producción
local y los ciclos de consumo. Sin embargo, algunas personas hablan de la
“Paradoja de la Agricultura cubana”: si los avances agroecológicos del país son
tan grandes, ¿por qué Cuba sigue importando substanciales sumas de alimentos?
Si tales efectivos métodos biológicos son empleados de manera tan común y
amplia, ¿por qué esta el gobierno dando vía libre a plantas transgénicas como
los cultivos BT que producen su propio pesticida utilizando genes derivados de
bacterias?
Un artículo firmado por Dennis Avery, del Centro
para Asuntos Alimentarios del Instituto Hudson, llamado “Los cubanos mueren de
hambre por una dieta de mentiras”, ayudó a impulsar el debate sobre esta
paradoja. Declara:
“Los cubanos proclamaron al mundo que habían
logrado de forma heroica alimentarse a sí mismos sin combustible o componentes
químicos tras el colapso de sus socios a principios de los 90. Fanfarronearon
sobre sus “cooperativas campesinas”, sus biopesticidas y fertilizantes
orgánicos. Pregonaron su éxito sus cultivos de lombriz y de avispas predadoras
que emplearon contra plagas de oruga. Presumieron sobre los heroicos bueyes que
emplearon para sustituir a los tractores. Los activistas de lo orgánico se derretían
de gusto. Ahora, un antiguo funcionario del Ministerio de Agricultura ha
admitido en la prensa cubana que el 84% del consumo alimentario de Cuba es
importado, según nuestro contacto en La Habana. Lo del éxito orgánico era
mentira.”6
Avery ha empleado esta desinformación para promover
una campaña de descrédito sobre autores que han estudiado e informado sobre los
heroicos logros del pueblo cubano en el aspecto agrícola: ha acusado a estos
científicos de ser comunistas mentirosos.
La verdad sobre las importaciones alimentarias de
Cuba.
Avery se refiere a las declaraciones de Magalys
Clavo, quien fuera viceministra del Ministerio de Economía y Planificación,
quien dijo en febrero de 2007 que el 84% de los elementos “de la cesta básica
de alimentación” en aquel momento eran importados. Sin embargo, este porcentaje
se refiere sólo a los alimentos que son distribuidos por el gobierno a través
de canales debidamente regulados por medio de la cartilla de racionamiento.
Otros datos muestran que la dependencia cubana de las importaciones de
alimentos ha ido disminuyendo durante décadas, a pesar de breves contratiempos
debidos a desastres naturales o provocados por la mano del hombre. La serie
cronológica más positiva disponible sobre la importación alimentaria cubana
(véase el Gráfico 1) muestra que en realidad se redujo entre 1980 y 1987,
dejando un pico a principios de los 90, cuando las relaciones comerciales con
el Bloque Socialista colapsaron.7
Sin embargo, el Gráfico 2 indica un punto de vista
mucho más matizado sobre las debilidades y fortaleza agrícolas de Cuba tras más
de una década de cambio desde una tendencia tecnológica hacia técnicas
agrícolas ecológicas. Se han dado bastantes éxitos en cultivos de base
(imprescindibles en la dieta cubana), azúcar y otros edulcorantes, verduras,
frutas, huevos y productos del mar. La carne es un caso intermedio, mientras
que se siguen importando destacadas cantidades de aceite de cocina, cereales y
legumbres (principalmente arroz y trigo para consumo humano, y maíz y soja para
ganado). Lo mismo es aplicable para la leche en polvo, que no aparece en el
gráfico. La dependencia absoluta, sin embargo, es un simple 16% —irónicamente
el inverso exacto del 84% citado por Avery. También es importante mencionar que
otros 23 países del área latinoamericana y caribeña son también importadores
netos.8
La dependencia creció en los 2000 al crecer las
importaciones desde EEUU y darse varios huracanes que devastaron su
agricultura. Tras verse golpeada por 3 huracanes consecutivos en 2008, Cuba
satisfizo las necesidades nacionales importando el 55% de todos sus alimentos,
el equivalente aproximado a 2.800 millones de dólares. Sin embargo, a resultas
de la crisis mundial del alza de los precios de los alimentos, el gobierno ha
insistido en la autosuficiencia alimentaria. Sin tener en cuenta si los
alimentos han sido importados o producidos en el país, es importante reconocer
que Cuba ha sido habitualmente capaz de alimentar adecuadamente a su gente.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO), la dieta energética media per cápita cubana en 2007 (último
año del que se disponen datos) estaba en unas 3.200 kilocalorías, la más
elevada de todas las naciones caribeñas y latinoamericanas.9
Distintos modelos: Agroecología versus Agricultura Industrial
Bajo este nuevo escenario, la importancia de las
contribuciones de los campesinos de la ANAP para reducir la importación de
alimentos debería ser una cuestión estratégica, ¿pero lo es? A pesar de los
indiscutibles avances cubanos en agricultura sostenible y la evidencia de la
eficacia de sus alternativas al modelo del monocultivo, persiste cierto interés
entre algunos líderes sobre sistemas externos de alta y costosa tecnología. Con
el pretexto de “garantizar la seguridad alimentaria y reducir las importaciones
de alimentos”, estos programas específicos persiguen la “maximización” de los
cultivos y el ganado e insisten en volver a los métodos del monocultivo —y con
ello a la dependencia de componentes químicos sintéticos, maquinaria a gran
escala, sistemas de irrigación— pese a la demostrada ineficiencia energética y
al fragilidad tecnológica. De hecho, muchos recursos son recibidos desde la
cooperación internacional (por ejemplo, con Venezuela) dedicada a “proteger o
impulsar áreas agrícolas” en las que se practica una agricultura intensiva
sobre cultivos como la patata, arroz, soja y verduras. Estas áreas “protegidas”
a gran escala, de estilo industrial de cultivo, representan menos del 10% de la
tierra cultivada. Se invierten millones de dólares en sistemas pivotantes de
irrigación, maquinaria y otras tecnologías industriales agrícolas: un seductor
modelo que incrementa a corto plazo la producción pero genera a largo plazo una
serie de costes ambientales y socioeconómicos mientras replica un sistema que
ya fracasó incluso antes de 1990.
El año pasado se anunció que la empresa de
pesticidas “Juan Rodríguez Gómez”, en el municipio de Artemisa, La Habana,
producirá unos 100.000 litros del herbicida glisofato en 2011.10 A principios
de 2011, un noticiero cubano informaba a la población sobre el proyecto
Cubasoya. El programa “Bienvenida la Soya,” afirmaba que es posible transformar
tierras que durante años permanecieron cubiertas de marabú (un árbol espinoso y
leguminoso) con monocultivos de soja, en el sur de la provincia de Ciego de
Ávila. Financiado con créditos y tecnología brasileños, el proyecto cubre más
de 15.000 hectáreas de cultivo de soja en rotación con maíz y pretende
extenderse a más de 40.500 en 2013, con un total de 544 sistemas de pivote de
irrigación instalados para 2014. La producción de soja oscila entre 1,2 Ha por
hectárea en condiciones de lluvia natural y 1.97 bajo irrigación, pero la
variante del maíz es el transgénico cubano FR-Bt1. El noventa por cien de la
maquinaria es importada desde Brasil —“grandes tractores, máquinas de sembrado
directo y equipamiento para el cuidado de los cultivos”— y se han llevado a
cabo considerables inversiones en infraestructura para la irrigación, carreteras,
apoyo técnico, procesamiento y transporte.
El debate sobre los cultivos transgénicos
Cuba ha invertido millones en investigaciones
biotecnológicas y desarrollo de la agricultura a través de su Centro de
Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) y una red de instituciones en todo
el país. La biotecnología cubana se encuentra libre de todo control corporativo
y de regímenes de propiedad intelectual vigentes en otros países. Los
biotecnólogos afirman que su sistema de seguridad biológica establece estrictas
medidas de seguridad biológicas y medioambientales. Dada su autonomía y
ventajas biotecnológicas las innovaciones se han ido aplicando para resolver
problemas como enfermedades víricas de los cultivos o la tolerancia a la
sequía, para los que aún existen soluciones desde la agroecología. En 2009 el
CIGB plantó en Yagüajay, Sancti Spiritus, tres hectáreas de maíz genéticamente
modificado (maíz transgénico FR-Bt1) a modo experimental. Esta variedad
pretende reducir la población de las dañinas larvas de la polilla conocida como
“palomilla del maíz” (Spodoptera frugiperda, también conocida gusano ejército).
En 2009, un total de 6.000 hectáreas fueron sembradas con la variedad
transgénica (también llamada GM o genéticamente modificada) en distintas provincias.
Desde una perspectiva agroecológica es chocante que la primera variedad
transgénica que se prueba en Cuba sea el maíz Bt, ya que en la isla existen
tantas alternativas biológicas para controlar las plagas de lepidópteros. La
diversidad de las variedades locales de maíz incluye algunas que soportan
niveles (de moderados a altos) de resistencia a las plagas, ofreciendo buenas
oportunidades para incrementar el cultivo según métodos convencionales y
estrategias de gestión agroecológica ya probadas. Muchos Centros de
Reproducción de Entomófagos y Entomopatógenos (CREE) producen el Bacillus
thuringiensis (un insecticida microbiano) y Trichogramma (avispas de pequeña
talla), ambos muy efectivos contra mariposas como la palomilla. Además,
mezclando maíz con otros cultivos como las judías o las patatas dulces en
policultivos se logra una disminución destacable de las plagas, cosa que no
ocurre en los maizales del monocultivo. Esto también incrementa la media de
producción de la tierra (en la misma tierra se dan más cosechas) y protege el
suelo.
Cuando el maíz transgénico Bt se sembró en 2008
como cultivo experimental, investigadores y agricultores del movimiento
agroecológico expresaron su preocupación. Varias personas advirtieron que el
empleo de cultivos transgénicos ponía en riesgo la agrobiodiversidad y
contradecía los propios planes de producción agrícola del gobierno, al alejarse
de la perspectiva agroecológica que se había establecido como estrategia
política en Cuba. Otros opinaron que la biotecnología se inclinaba hacia los
intereses de corporaciones multinacionales y del mercado. Teniendo en cuenta
sus riesgos potenciales para el medioambiente y la salud pública, sería mejor
que Cuba continuara en su énfasis en las alternativas agroecológicas que de momento
han demostrado ser seguras y han permitido al país producir alimento bajo
complejas circunstancias económicas y climáticas. La principal ventaja que han
demostrado los cultivos GM ha sido la simplificación de su producción, lo que
permite a los agricultores trabajar más tierra. Los cultivos GM que resisten
herbicidas (como el maíz Roundup Ready y la soja) y que producen su propio
insecticida (como el maíz Bt) generalmente no rinden más que sus equivalentes
no GM. Sin embargo, el uso de estos cultivos GM, junto con un alto nivel de
mecanización (especialmente grandes tractores) ha logrado que la producción de,
por ejemplo, una sola granja familiar de soja y maíz en el medio oeste
estadounidense se incremente de las 240 hectáreas hasta las 800.
En septiembre de 2010, se celebró un congreso de
expertos preocupados por el uso de cultivos transgénicos, en convenio con
miembros y cargos directivos del Centro Nacional de Seguridad Biológica y la
Oficina de Regulación Ambiental y Seguridad Nuclear, instituciones encomendadas
a licenciar categorías GM. Los expertos publicaron una declaración solicitando
una moratoria para los cultivos GM hasta que se dispusiera de más información
sobre los mismos y la sociedad tuviera la oportunidad de debatir sobre los
efectos de esta tecnología sobre la salud y el medioambiente. Sin embargo,
hasta la fecha no ha habido una respuesta sobre esta petición. Uno de los
aspectos positivos de este año de debates sobre la inconsistencia de de sembrar
maíz transgénico FR-Bt1 en Cuba, ha sido el reconocimiento público, por parte
de las autoridades, sobre la potenciales devastadoras consecuencias de los
cultivos GM para con el sector del pequeño agricultor. Aunque parece que el uso
de maíz transgénico se verá limitado a las áreas gestionadas por Cubasoya y
otras bajo estricta supervisión, este esfuerzo es muy cuestionable.11
El resultado de la paradoja; ¿qué nos aguarda el
futuro? La inestabilidad de los mercados internacionales y el incremento de los
precios de los alimentos en un país dependiente de las importaciones
alimentarias amenazan la soberanía nacional. Esta realidad ha impulsado a altos
funcionarios del Estado a hacer declaraciones enfatizando la necesidad de
priorizar la producción agraria basada en los recursos disponibles localmente12.
De hecho es paradójico que, para alcanzar la seguridad alimentaria en un
periodo de crecimiento económico, la mayoría de los recursos se vean dedicados
a la importación de alimentos o la promoción de la agricultura industrial en
lugar de estimular la producción local campesina. Hay un retorno cíclico al
apoyo de la agricultura convencional, por parte de quienes dirigen la política,
cuando la situación financiera mejora, mientras que el enfoque autosostenible y
la agroecología, consideradas como “alternativas”, solo se han visto apoyadas
en épocas de carestía. Esta mentalidad cíclica mina seriamente los avances
logrados en agroecología y agricultura orgánica desde el colapso económico de
1990.
La agricultura cubana actualmente experimenta dos
modelos de producción opuestos: un modelo intensivo con grandes inversiones, y
otro nacido al comienzo del periodo especial, orientado a la agroecología y que
precisa de poca inversión. La experiencia acumulada a través de las iniciativas
agroecológicas en miles de parcelas de pequeño y mediano tamaño constituye un
valioso punto de partida en la definición de las políticas nacionales para
apoyar la agricultura sostenible y romper con el modelo de monocultivo,
mayoritario durante casi cuatrocientos años. Además de que Cuba ha sido el
único país del mundo capaz de recuperar su producción alimentaria adoptando
enfoques agroecológicos bajo condiciones económicas extremas, la isla exhibe
varias características que servirían como pilares fundamentales en el proceso
de que la agroecología alcance niveles sin precedentes:
Cuba representa el 2% de la población
latinoamericana, pero dispone de un 11% de los científicos de la región. El
número de profesionales de alto nivel y técnicos de nivel medio alcanza los
140.000; hay docenas de centros de investigación y universidades agrarias que
disponen de sus propias redes de trabajo; existen instituciones gubernamentales
como el Ministerio de Agricultura, y organizaciones científicas de apoyo a los
agricultores (como la ACTAF), y organizaciones agrarias como la ANAP. Cuba
dispone de suficientes tierras para producir agroecológicamente los alimentos
necesarios para satisfacer las necesidades nutricionales de sus once millones
de habitantes 13. A pesar de la erosión del suelo, la deforestación y la
pérdida de biodiversidad ocurridas en los últimos cincuenta años —y los cuatro
siglos previos de agricultura extractiva—, las condiciones del país permanecen
en un estado excepcionalmente favorable para la agricultura. Cuba cuenta con
seis millones de hectáreas de tierra de calidad y otro millón de tierra húmeda
que pueden utilizarse para cultivo. Más de la mitad de estos terrenos
permanecen sin cultivar, y la productividad de tanto la tierra como el trabajo,
así como la eficiencia en el uso de los recursos, siguen siendo bajos en el
resto de las zonas de cultivo. Si todas las granjas de agricultores (que
emplean el 25% de la tierra) y todas las UBPC (el 42%) adoptaran esquemas
diversificados de agroecología, Cuba sería capaz de producir suficientes
alimentos para su población e incluso exportar alguna cantidad, generando
ingresos del extranjero. Toda esta producción podría verse complementada con la
de la agricultura urbana, que ya está alcanzando significativos niveles de
producción.
Alrededor de un tercio de las familias de los
agricultores, unas 110.000, se han afiliado a la ANAP a través de su Movimiento
Agroecológico Campesino a Campesino (MACAC). Emplea métodos participativos
basados en las necesidades locales del campesinado y permite la socialización
del rico bagaje de conocimientos de la comunidad y de las familias que se
encuentra ligado a sus condiciones históricas específicas y sus identidades.
Mediante el intercambio de innovaciones, los agricultores han sido capaces de
dar pasos de gigante en la producción de alimentos respecto al sector
convencional, al mismo tiempo que preservaban la agrobiodiversidad y empleaban
cantidades significativamente menos de compuestos agroquímicos.
Durante las dos últimas décadas, observaciones
sobre la labor agrícola tras eventos climáticos extremos han revelado la
capacidad de resistencia de las granjas y huertos campesinos frente a los
desastres naturales. Cuarenta días después de que el huracán Ike golpeara Cuba
en 2008, una investigación sobre las unidades de producción agrícola campesinas
de las regiones de Holguín y Las Tunas sacó a la luz que las granjas de
producción diversificada tuvieron pérdidas del 50%, frente al 90% sufrido por
las unidades vecinas de producción de monocultivos. De todos modos, las granjas
gestionadas de manera agroecológica mostraron una capacidad de recuperación
mayor (entre el 80% y el 90% tardaron 40 días en hacerlo) que las que producían
monocultivos14. Estas evaluaciones enfatizaron la importancia de aplicar la
diversidad y variedad de cultivos en el sistema agrícola para reducir la
vulnerabilidad a eventos climáticos extremos, una estrategia tradicionalmente
aplicada por el campesinado cubano.
La mayoría de los esfuerzos productivos se han
orientado hacia la soberanía alimentaria, definida como el derecho de todo
individuo a acceder a una alimentación segura, nutritiva y culturalmente
apropiada en suficiente cantidad y calidad para sostener una vida saludable con
plena dignidad humana. Sin embargo, dado el previsible aumento del coste del
combustible y otras inversiones, la estrategia agroecológica cubana también
apunta a fortalecer otros tipos de soberanía. La soberanía energética es el
derecho de todo pueblo a tener acceso a suficiente energía dentro de los
límites ecológicos desde fuentes sostenibles apropiadas para una vida digna. La
soberanía tecnológica se refiere a la capacidad de alcanzar las soberanías
alimentaria y energética sin prejuicio de los servicios medioambientales
derivados de la agrodiversidad existente, usando recursos disponibles de manera
local.
Elementos de las tres soberanías —alimento,
energía, tecnología— pueden encontrarse en cientos de pequeñas granjas, en las
que los agricultores producen el 70% o 100% del alimento necesario para el
consumo familiar al mismo tiempo que el excedente producido se vende en el
mercado, permitiéndoles obtener ingresos (por ejemplo: Finca del Medio, CCS
Reinerio Reina en Sancti Spiritus; granja Plácido, CCS José Machado; Cayo
Piedra, en Matanzas, perteneciente al CCS José Martí; y la granja San José, CCS
Dionisio San Román en Cienfuegos). Estos niveles de productividad se obtienen
empleando tecnologías locales como el compostaje por gusanos o la reproducción
de microorganismos nativos benéficos, junto con sistemas de producción
diversificada como el policultivo, la rotación, la integración de tracción
animal en los cultivos, o la agrosilvicultura. Muchos agricultores también
emplean sistemas integrados de alimento/energía y generan sus propias fuentes
de energía empleando trabajo humano y animal, biogás, molinos de viento, además
de producir cultivos vegetales combinados de biocombustible de jatrofa y
mandioca15.
Conclusiones
En Cuba se da un rico conocimiento de la ciencia y
la práctica de la agroecología, resultado de muchas experiencias acumuladas por
investigadores, profesores, técnicos y agricultores apoyados por la ACTAF, ACPA
y ANAP. Este legado se basa en experiencias de comunidades rurales que son
“faros agroecológicos”, cuyos principios han servido para construir la base de
una estrategia agrícola que promueva la eficiencia, diversidad, sinergia y
resilencia. Al capitalizar el potencial de la agroecología, Cuba ha sido capaz
de alcanzar altos niveles de producción usando pequeñas cantidades de energía y
financiación, lo que repercute en una cantidad mayor de inversiones en
investigación, superando en este aspecto a los enfoques industriales y
biotecnológicos, que requieren mayor equipamiento, más combustible y
laboratorios más sofisticados.
La voluntad política expresada en los discursos y
declaraciones de funcionarios de alto rango sobre la necesidad de priorizar la
autosuficiencia agraria se debe traducir en apoyos concretos para la promoción
de iniciativas productivas y energéticamente eficientes, para así alcanzar las
tres soberanías a nivel local (municipal), un requerimiento fundamental para
mantener el planeta durante estos tiempos de crisis.
Al crear más oportunidades para las alianzas
estratégicas entre la ANAP, ACPA, ACTAF y los centros de investigación, se
podrían muchos programas piloto en municipios clave, probando diferentes
tecnologías agroecológicas que promuevan las tres soberanías, adaptándose a las
condiciones medioambientales y socioeconómicas de cada región. Estas
iniciativas deberían adoptar la metodología “de granjero a granjero”, que
trasciende los paradigmas de la investigación y extensión “de arriba a abajo”,
permitiendo a los agricultores e investigadores aprender e innovar
colectivamente. La integración de profesores y alumnos universitarios en tales
procesos de experimentación y evaluación podría impulsar el conocimiento
científico en dirección de la agricultura ecológica. También mejoraría la teoría
agroecológica, lo que permitiría mejorar la formación de futuras generaciones
de profesionales, técnicos y agricultores.
El movimiento agroecológico urge constantemente a
quienes dirigen la política cubana con mentalidad agrícola convencional,
industrial y de “Revolución Verde”, a que consideren la realidad de una pequeña
isla-nación sujeta a embargo y bajo la amenaza de potenciales huracanes de gran
poder destructivo. Dada esta realidad, adoptar los parámetros y métodos de la
agroecología a lo largo y ancho de la capacidad agrícola del país podría ayudar
a Cuba a alcanzar la soberanía alimentaria mientras mantiene su independencia
política
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